Thomas Jefferson, heraldo del vino

03 Jul 2021
Thomas Jefferson, heraldo del vino

Azélina Jaboulet-Vercherre
Profesora asociada en la escuela Ferrandi Paris

 

Todo hombre culto tiene dos patrias: la suya y Francia1

 

Thomas Jefferson (1743-1826), uno de los padres de la democracia estadounidense y autor de la Declaración de la Independencia (4 de julio de 1776), fue un ardiente defensor del vino. Su afición por la enología hace de él un digno reflejo de su siglo y, a la vez, un precursor, lo que constituye en sí una deliciosa paradoja.

El vino, estandarte de la moderación

Por su carácter cosmopolita, su cultura humanista y sus opiniones filosóficas, Jefferson fue un hombre de su tiempo. Consecuente con sus principios, afirmó que el vino se diferenciaba de las bebidas alcohólicas. Pero fue mucho más allá cuando, al igual que los opositores a las ambiciones prohibicionistas de los primeros tiempos, afirmó que el vino era el remedio para el alcoholismo. Se unió así a una larga lista de eruditos médicos que, desde los autores del corpus hipocrático, habían incluido a esta bebida entre las herramientas terapéuticas más eficaces.

 

Un embajador en los viñedos

Durante su estancia en París (1784-1789) como ministro plenipotenciario en Francia de los jóvenes Estados Unidos de América, el “foreign gentleman” —como le gustaba autodenominarse— recorrió Francia y sus viñedos de incógnito y así reforzó su convicción de los beneficios del vino para la salud física y mental2. Sus cuadernos nos permiten reconstruir los pasos de un esteta del vino y los viñedos, que también apreciaba por su belleza3. En ellos, se nos ofrece una atractiva serie de rutas del vino, presentadas de forma imaginativa y personalizada. De hecho, bajo la pluma de Jefferson, el vino adquiere una vida digna del protagonista de una novela brillantemente escrita. Porque él supo pintar, con elegancia, un delicioso retrato de los vinos, que despierta en el lector no solo el deseo de degustarlos, sino también el de recorrer los viñedos de donde proceden. En sus cuadernos, lo pintoresco se codea con la observación rigurosa.

 

Valor diplomático

Este caballero diplomático tenía un gusto muy definido y proclamaba sus preferencias. Este inspirado catador elaboró una clasificación de los vinos de la región de Burdeos, que puede compararse con la más conocida, de 1855. A veces, olvidamos que esta última tiene un origen contable (surgido de datos suministrados por los corredores de la Plaza a petición de Napoleón III). Jefferson tampoco descuidó los elementos materiales (precio e impacto fiscal) ni los técnicos (métodos vitícolas). Sin embargo, resulta agradable descubrir que su clasificación es más sensorial, más sensualista, más estética. Podríamos descubrir en ella las elegantes resonancias de una vida social plena.

Además, Jefferson no se limitó a los dos “monstruos sagrados” de la viticultura francesa (Borgoña y Burdeos), sino que también estudió las tierras vitícolas del sur de Francia, del norte de Italia y de las inmediaciones del Rin, del valle del Mosela y de la región de Champagne. Con el transcurso del tiempo, su perfil de catador se fue ampliando hasta abarcar también el valle del Ródano, la región de Languedoc-Rosellón, España e, incluso, Portugal. Su curiosidad, su energía y su capacidad de concentración se pusieron al servicio de su motivación como enófilo y le permitieron afrontar las dificultades del transporte del vino (tiempo requerido, condiciones climáticas, ataques de piratas). Fue partidario de los intercambios directos con los productores —por sus ventajas en cuanto a precios y conversación— hasta el punto de convertirse en un referente para las autoridades fiscales. Un uso inteligente de la vía diplomática que aún hoy nos costaría imaginar.

 

Celebración del vino

Gracias a Lafayette, entre otros, pudo disfrutar de la vida de las figuras más brillantes de la Ilustración parisina. Podemos imaginarlo muy a gusto en esos salones, con la mente tan aguda como algunos de los vinos que describió (llamaba brisk [vigorosos] a los vinos que hoy denominamos “de aguja”).

Jefferson no era un coleccionista en el sentido museístico del término. Para él, beber era una celebración. Este augusto personaje era un razonable amante de las fiestas. Nadie discutía entonces su convicción de que el vino es un asunto serio. Es preciso honrar el momento de degustar el vino, ya que en él se combinan las sensaciones, las emociones y la cultura: el sentido de la Historia.

Este puritano encontró en el vino un poderoso medio de evangelización, pues el buen gusto no podía prescindir de la templanza. Comprendió la función social del vino: el “arte de saber vivir” no podría entenderse sin el “arte de saber beber”. Y esos saberes eran, en ese momento, franceses. El primer conocedor de vinos de la nueva América creía que era preciso exportar y replicar esos modelos.

Jefferson, heredero él también de miles de años de civilización, nos invita a recordar el papel del vino como noble medio de expansión del conocimiento y sabrosa herramienta de expresión cultural.

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1 Thomas Jefferson, citado por Bernard Ginestet en Thomas Jefferson à Bordeaux et dans quelques autres vignes d’Europe, Burdeos, Mollat, 1996, p. 118.
2 De la amplia bibliografía existente sobre Jefferson y el vino, quisiera destacar las siguientes obras: John Hailman, Thomas Jefferson on wine, Jackson, University Press of Mississippi, 2006; Jim Gabler, Passions: The Wines and Travels of Thomas Jefferson, Baltimore, Bacchus Press, 1995; Jim Gabler, An Evening With Benjamin Franklin and Thomas Jefferson: Dinner, Wine, and Conversation, Baltimore, Bacchus Press, 2006; Frederick J. Ryan, Jr., Wine and the White House: a History, The White House Historical Association, 2020, pp. 20-25.
3 Thomas Jefferson, Thomas Jefferson’s European Travel Diaries, ed. James McGrath Morris, Persephone Weene, Ithaca, Isidore Stephanus Sons, 1987.