La OIV se creó en 1924 con el nombre de Oficina Internacional del Vino (OIV) para armonizar la situación vitivinícola mundial.
Hay que remontarse muy atrás en el tiempo para descubrir el primer evento internacional organizado en el ámbito de la vid. Fue en 1874, tras la plaga de filoxera que casi destruyó la vitivinicultura europea. Entonces, los viticultores de Francia, Italia, Suiza, Austria y Alemania se reunieron en Montpellier, en un Congreso que se celebró del 22 al 30 de octubre de ese año, para buscar juntos la mejor forma de combatir a tan temido insecto.
Hay que remontarse muy atrás en el tiempo para descubrir el primer evento internacional organizado en el ámbito de la vid. Fue en 1874, tras la plaga de filoxera que casi destruyó la vitivinicultura europea. Entonces, los viticultores de Francia, Italia, Suiza, Austria y Alemania se reunieron en Montpellier, en un Congreso que se celebró del 22 al 30 de octubre de ese año, para buscar juntos la mejor forma de combatir a tan temido insecto.
Treinta y cinco años después, la crisis de la filoxera ya se había superado, pero otro peligro más insidioso amenazaba a la vitivinicultura. Debido al crecimiento anárquico de la producción y del comercio, las maniobras fraudulentas adquirieron tales proporciones que el mercado mundial se vio inundado de todo tipo de bebidas etiquetadas como vino sin serlo. En 1908 y 1909 se celebraron dos congresos, uno en Ginebra y otro en París, para analizar este inquietante problema y se lograron algunos avances importantes: se propuso una primera definición de “vino” y se recordaron y ratificaron los principios del Convenio de Madrid, de 1891, relativos a la lucha contra las indicaciones de procedencia falsas.
Esta evolución, obstaculizada por la Primera Guerra Mundial, se reanudó en 1918 gracias a una conferencia internacional de países productores de vino, cuyo programa incluía la revisión de los aranceles aduaneros, la regulación del comercio transfronterizo y la creación de un organismo internacional compuesto por delegados de los países exportadores e importadores, encargado de arbitrar en los litigios que pudieran surgir entre ellos.
Unos años después, en 1922, la Société d'Encouragement à l'Agriculture (sociedad francesa para el fomento de la agricultura), aún preocupada por la situación de la vitivinicultura en el mundo, sugirió la creación de una organización internacional del vino conformada por los representantes de Italia, Grecia, España, Portugal, Francia, Hungría, Luxemburgo y Túnez.
Esta idea se retomó al año siguiente en la Conferencia de Génova (1923), donde, incluso, se decidió celebrar, aparte, una reunión restringida entre Italia, Francia, España, Grecia y Portugal para evaluar a fondo la creación de dicha organización. Los delegados de estos países decidieron reunirse de nuevo unos meses más tarde en París, del 4 al 6 de junio, y convinieron en la necesidad de crear una oficina internacional permanente que mantendrían a partes iguales los Estados representados.
Sin embargo, no se adoptó ninguna decisión concreta, y fueron necesarias dos conferencias más, celebradas en París, en 1924, para analizar las posibilidades y los procedimientos para la creación de una organización internacional. Los largos debates en esos congresos demostraron lo difícil que era superar todas las reticencias. Finalmente, el 29 de noviembre de 1924 se firmó un acuerdo para crear una Oficina Internacional del Vino en París.
La OIV había nacido desde el punto de vista jurídico, pero no tendría una existencia real hasta que al menos cinco países hubieran presentado sus ratificaciones, tal como se estipuló en el Acuerdo. Por ende, fue preciso esperar otros tres años, hasta el 3 de diciembre de 1927, para obtener el número de ratificaciones establecido y celebrar la sesión de constitución, que tuvo lugar el 5 de diciembre.
¿Cuál era la situación del sector vitivinícola en 1924?
Desde principios del siglo XX, el cultivo de la vid había dejado de limitarse a un reducido número de países. Poco a poco, había conquistado grandes regiones del norte de África, América Latina, Sudáfrica, Australia y Estados Unidos.
Se había convertido, por consiguiente, en una actividad agrícola de gran importancia social, demográfica y económica, cuyo espectacular crecimiento se había producido con un desorden tal que sumió al sector vitivinícola en un estado de innumerables dificultades. Los fraudes aún abundaban en todas partes, los impuestos sobre el vino solían ser muy elevados y los prejuicios contra esta bebida, a falta de una información seria y responsable, alimentaban una hostilidad creciente, cuya manifestación más aguda fue la “Prohibición” pura y dura (la “Ley Seca”) . El ejemplo de los Estados Unidos, seguido por Finlandia, se propagó por Europa y se replicó en Suiza, Austria y Dinamarca. La producción, por su parte, no dejaba de aumentar gracias a la extensión de los viñedos, el aumento del rendimiento, el empleo sin control de híbridos, etc.; mientras tanto, el consumo y las ventas se estancaban. Se daban todos los factores para que estallara una crisis grave.En ese entorno anárquico, se creó la Oficina Internacional del Vino.
Desde sus inicios, la Oficina debió hacer frente a tareas de una complejidad abrumadora. Las abordó con valentía y determinación, gracias a la colaboración activa de las figuras más destacadas del sector vitivinícola de la época, agrupadas bajo la autoridad de su primer presidente, el francés Edouard Barthe, y estimuladas por la energía de su primer director, Léon Douarche, y de los tres miembros del personal.
Durante la primera década de su existencia, que finalizó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la OIV desarrolló sus actividades en campos muy diversos.
En primer lugar, llevó a cabo una amplia y extensa encuesta para obtener la mayor cantidad de información posible sobre la importancia y la naturaleza de la vitivinicultura en cada país. De este modo, por primera vez, fue posible tener un panorama de la situación vitivinícola mundial, con datos fiables tanto económicos, como estadísticos, normativos y técnicos sobre los países productores o importadores.
Esa información básica, indispensable para poder realizar un análisis exhaustivo de los problemas existentes, se difundió, sobre todo, en el Boletín de la OIV, cuyo primer número se publicó en junio de 1928.
La OIV también asumió la misión de fomentar la realización de nuevos trabajos técnicos y en dar mayor difusión a los ya existentes. Su publicación mensual estaba abierta a todos los investigadores de la época y abarcaba un amplio abanico de temas relacionados con las técnicas y la ciencia de la vid y el vino.
En un plano más práctico, la OIV trabajó también en la coordinación internacional de los intercambios comerciales. Tras varias reuniones, encuestas y conferencias, el 4 de junio de 1935 se firmó en Roma el primer Convenio para la unificación de los métodos internacionales de análisis de vinos.
El número de miembros pasó de siete, en 1928, a diecisiete en 1938. Se crearon un Comité Científico, un Comité Jurídico e, incluso, un Comité Médico. Durante ese periodo, la OIV celebró doce asambleas generales. También se llevaron a cabo cinco ediciones del Congreso Internacional de la Viña y el Vino.
Estas grandes reuniones de especialistas de todo el mundo contribuyeron, gracias a sus trabajos y sus debates, no solo a la comprensión y la coordinación necesarias entre los países, sino también al desarrollo de la tecnología de la viña y el vino.
El 5.º Congreso Internacional de la Viña y el Vino, celebrado en Kreuznach-les-Bains (Alemania) del 21 al 30 de agosto de 1939, justo antes del inicio de las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, fue el último evento de ese periodo.
La OIV podría haber desaparecido durante los sombríos años de la Guerra, pero dos hombres —el presidente Edouard Barthe y el secretario general Basile Samarakis (que sustituyó a Léon Douarche, reclutado)— veían las cosas de otra forma. Impulsados por una confianza inquebrantable en el futuro, se propusieron garantizar la supervivencia de la OIV, que había sido fruto de la paz y el progreso.
El Boletín de la OIV se publicó y se distribuyó en todos los lugares donde las circunstancias lo permitían. Eso fue un signo de notable vitalidad y también de esperanza. Además, se continuó con el trabajo de documentación, pues la investigación no había cesado del todo y la prensa vitivinícola de muchos países, por extraño que parezca, seguía intacta. Esa documentación sería de un valor inestimable cuando acabara la guerra.
Restablecida por fin la paz, el presidente Barthe no esperó a que se firmara el acuerdo para convocar una sesión informal en París, a la que asistieron una veintena de representantes diplomáticos de quince países miembros.
¿Acaso sospechaba que la Organización se iba a ver obligada a enfrentar nuevos desafíos? Cuando las Naciones Unidas crearon la Organización para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO, por sus siglas en inglés, se puso en entredicho la existencia de todas las organizaciones internacionales del sector agroalimentario.
Al pertenecer a esta categoría, la OIV, que acababa de superar con esfuerzo el peligro de desaparecer, corría el riesgo de ser absorbida. Su secretario general realizó dos viajes a Washington (donde estaba la sede de la FAO en sus inicios), en noviembre de 1948 y en noviembre de 1949, para abogar por la autonomía y la integridad de la OIV. Su tarea fue ardua, pues, en ambas ocasiones, debió enfrentarse a grandes asambleas compuestas por delegados de 60 países, en su mayoría, hostiles frente al vino. Solo gracias a su tenacidad y al crucial apoyo de las delegaciones francesa, italiana, española y portuguesa, entre otras, la OIV logró, por fin, imponerse. Se firmó, entonces, un acuerdo que estipulaba lo siguiente: “La FAO no sustituirá a la OIV en el ejercicio de sus funciones de organización intergubernamental especializada en el sector vitivinícola”.
Un nuevo comienzo
En julio de 1946, se convocó una Asamblea General reglamentaria, en la que participaron representantes de diecisiete países y durante la cual se hicieron varias presentaciones, en particular, para evaluar los años de guerra y tratar el tema de la reconstrucción de los viñedos. Los Estados miembros que habían dejado de pagar sus contribuciones se pusieron al día. El Boletín de la OIV comenzó a publicarse con regularidad. Turquía, que se había unido en 1946, organizó un Congreso Internacional de la Viña, las Uvas de Mesa y las Pasas, en Estambul, en septiembre de 1947. Ese mismo año, por primera vez, una Asamblea General incluyó en su orden del día una cuestión técnica sobre una enfermedad de la vid: el entrenudo corto.
La OIV estaba reconstituida y funcionaba con normalidad cuando sufrió una pérdida significativa. El 25 de julio de 1949, falleció Edouard Barthe y la Organización quedó privada de su prestigioso dirigente.
El barón Pierre Le Roy de Boiseaumarie resultó electo presidente tres meses más tarde; con él, comenzó una nueva era. El hombre a quien apodaban “el primer viticultor del mundo” presidió los destinos de la OIV durante diecisiete años y defendió con admirable obstinación una vitivinicultura cuyo objetivo no debía ser la cantidad sino la calidad.
Los trabajos técnicos desempeñaron un papel cada vez más importante en las Asambleas Generales, que se centraron en la genética de la vid, la elección de las variedades de vid, la influencia del suelo y del clima, los tratamientos del vino, etc. Los deseos y las resoluciones que de allí emanaban insistían en la necesidad de limitar las plantaciones, proteger las denominaciones de origen e imponer una regulación estricta para la producción y el comercio del vino.
En 1954, se firmó en París un nuevo Convenio Internacional para la Unificación de los Métodos de Análisis de los Vinos, en el que se ratificó la creación de la Subcomisión de Métodos de Análisis, que se había creado en Narbona en 1951 y que desarrolló luego una destacada actividad.
A las publicaciones se sumaron un Repertorio de Estaciones Vitivinícolas y Laboratorios de Enología y el primer volumen del Registro Ampelográfico Internacional. Se empezó a trabajar en la redacción de un Léxico de la Viña y el Vino en siete idiomas.
En esta etapa de la evolución de la OIV, su director, a su regreso de un agotador Congreso en Chile, sucumbió a una enfermedad que minaba su salud desde hacía tiempo. El 17 de julio de 1956, tras diecisiete años al frente de la Oficina, Basile Samarakis falleció.
En los años cincuenta y sesenta, cuando la ciencia comenzó a gozar de un prestigio sin precedentes, proliferaron las organizaciones internacionales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, centradas en problemas técnicos y se multiplicaron considerablemente los congresos, coloquios, conferencias, simposios, etc. que, con sus reuniones de especialistas de cada ámbito, fomentaban la investigación científica, el intercambio de ideas y la difusión del conocimiento. Estas organizaciones tenían nuevas estructuras que eran más racionales y eficaces.
Había llegado, pues, el momento de que la OIV, que se acercaba a su trigésimo aniversario, se adaptara a los tiempos y se convirtiera en una institución moderna y mejor preparada para cumplir su misión.
Esa tarea de renovación fue el legado de René Protin, exdirector de Producción Agrícola del Ministerio de Agricultura, electo director de la OIV el 20 de diciembre de 1956.
En primer lugar, el nuevo director amplió los objetivos de la OIV al tiempo que cambió, mediante decisión de la Asamblea General celebrada en Liubliana, en 1957, el nombre de la organización, que pasó a llamarse Oficina Internacional de la Viña y el Vino. A continuación, se dedicó a dotarla de nuevas estructuras, tanto operacionales como de organización interna. Al año siguiente, en Luxemburgo, la Asamblea General aprobó importantes cambios: se crearon tres comisiones facultadas para constituir grupos de expertos; se estableció una nueva metodología de trabajo para las Asambleas Generales (que ya no se diferenciaron demasiado, en su forma, de los Congresos); se otorgaron facultades adicionales al Consejo de la OIV, es decir, a su presidente y sus cuatro vicepresidentes, a quienes se confió la responsabilidad de redactar los órdenes del día de las reuniones técnicas, etc.
Por desgracia, el barón Le Roy, que ya había dejado una huella profunda en la labor de la OIV, tuvo que dimitir en 1963 por motivos de salud.
Durante los quince años siguientes, le sucedieron en el cargo:
Eladio Asensio Villa (España), de 1963 a 1968;
Gherasim Constantinescu (Rumanía), de 1968 a 1971;
Pier-Giovanni Garoglio (Italia), de 1971 a 1975;
Karl-Wilhelm Gartel (Alemania) de 1975 a 1979.
Por su parte, el director René Protin alcanzó el límite de edad y tuvo que dejar la OIV, a la que tan bien había servido. El nuevo director, Paul Mauron, ingeniero en jefe del Ministerio de Agricultura, que resultó electo en mayo y tomó posesión de su cargo en julio de 1973, pronto comprendió la importancia de la labor que tenía por delante. Este excelente organizador se propuso no solo mantener las iniciativas en curso, sino también proporcionarles los recursos necesarios para que crecieran. Terminó la modernización de las estructuras que se había iniciado en 1957, las rejuveneció y las completó. El nuevo Reglamento Interno, que propuso a la Asamblea General de Riva del Garda en 1974, racionalizó y aceleró el funcionamiento de la OIV. Además, creó un Comité Técnico que resultó ser de particular importancia para ayudar a definir mejor las orientaciones de la OIV y responder con más eficacia a las preocupaciones actuales.
Varios proyectos a largo plazo, iniciados algunos años antes, llegaron a buen término: se finalizó la redacción de un Reglamento para los concursos de vinos, se elaboró un programa completo de estudios para la formación de enólogos y los trabajos para un Código de prácticas enológicas llegaron al final de su primera fase, por lo que se publicó finalmente un texto.
Además, se profundizaron los estudios en determinados sectores al confiarse a grupos de expertos que se reunían periódicamente, estaban presididos por especialistas muy competentes y contaban con el apoyo de secretarios científicos.
Durante este periodo, la OIV se convirtió en una organización importante, sus actividades se multiplicaron y fue adquiriendo cada vez más peso científico y moral en el sector vitivinícola. Evidentemente, el número de miembros de la Organización aumentó: de diecisiete en 1957 a treinta en 1978, su sexagésimo aniversario.
Gilbert Constant, que sucedió a Paul Mauron como director de la Oficina en 1980, fue reemplazado, en 1986, por el inspector general Robert Tinlot, que verá un considerable aumento en el número de nuevos miembros durante su gestión. En los quince años posteriores, como resultado de ese crecimiento internacional, se llegó a cuarenta y cinco Estados miembros, los cuales representaban más del 95 % de la producción y el consumo de vino de todo el mundo. Esta expansión también se vio reflejada en la diversidad de nacionalidades de los siguientes presidentes:
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Stavroula Kourakou-Dragona (Grecia), de 1979 a 1982;
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Beat Neuhaus (Suiza), de 1982 a 1985;
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Mario Fregoni (Italia), de 1985 a 1988;
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Nicolaï M. Pavlenko (Unión Soviética), de 1988 a 1991;
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Gabriel Yravedra (España), de 1991 a 1994;
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Alejandro Hernández Muñoz (Chile), de 1994 a 1997;
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Fernando Bianchi de Aguiar (Portugal), de 1997 a 2000.
La renovación
Bajo esta última presidencia y con la llegada, en 1997, de un nuevo director general, Georges Dutruc-Rosset, se inició un periodo de cinco años que se destinó a efectuar una revisión de la OIV.
Esta revisión, decidida por una resolución de la Asamblea General de la OIV el 5 de diciembre de 1997 en Buenos Aires (Argentina), tenía como objetivo “la modernización de las misiones y de los recursos humanos y materiales de la Oficina”.
Cuando se fundó, la Oficina Internacional de la Viña y el Vino estaba formada por ocho países productores de vino. Casi un siglo después, ya eran cuarenta y ocho, y, a veces, se hacían patentes las diferencias en la visión y los intereses de estos países en relación con el sector. Además, el comercio internacional había crecido de manera considerable. Por ende, resultaba crucial que la OIV pudiera hacer frente a esos nuevos desafíos mediante el uso de un enfoque equilibrado de los intereses de todos sus miembros.
Después de tres años y medio de trabajos y negociaciones, la 4.ª Conferencia Internacional de los Estados miembros de la Oficina Internacional de la Viña y el Vino, celebrada el 3 de abril de 2001, concluyó con un acuerdo internacional por el que se creaba la Organización Internacional de la Viña y el Vino, presidida por el argentino Félix Aguinaga de 2000 a 2003. Con esto, concluyó el proceso que se había iniciado en Buenos Aires.
Los aportes más destacados de este acuerdo se relacionan con las misiones de la OIV, sus procedimientos para la toma de decisiones y sus estructuras.
Las misiones de la nueva organización se modernizaron y se adaptaron para permitirle alcanzar sus objetivos y ejercer sus competencias como organismo intergubernamental de carácter científico y técnico de competencia reconocida en el ámbito de la viña, el vino, las bebidas a base de vino, las uvas de mesa, las uvas pasas y los demás productos derivados de la vid.
Para esta nueva organización, que remplazaba a la Oficina Internacional de la Viña y el Vino, se establecieron los siguientes objetivos:
- indicar a sus miembros las medidas que permitan tener en cuenta las preocupaciones de los productores, de los consumidores y de los otros actores del sector vitivinícola;
- asistir a las otras organizaciones internacionales intergubernamentales y no gubernamentales, en particular, a las que desempeñan actividades normativas;
- contribuir a la armonización internacional de las prácticas y normas existentes y, cuando sea necesario, a la elaboración de nuevas normas internacionales a fin de mejorar las condiciones de elaboración y comercialización de los productos vitivinícolas, y proteger los intereses de los consumidores.
Para alcanzar estos objetivos, la Organización Internacional de la Viña y el Vino ejerce, entre otras, las siguientes funciones:
- promover y orientar las investigaciones y las experimentaciones científicas y técnicas;
- elaborar, formular recomendaciones y hacer un seguimiento de su aplicación, de común acuerdo con sus miembros, sobre todo, en los siguientes ámbitos: condiciones de producción vitícola, prácticas enológicas, definición y/o descripción de productos, etiquetado y condiciones de puesta en el mercado, métodos de análisis y apreciación de los productos derivados de la vid;
- someter a sus miembros a las propuestas relativas a la garantía de autenticidad de los productos derivados de la vid, sobre todo, de cara a los consumidores y, en particular, en cuanto a las menciones del etiquetado, la protección de las indicaciones geográficas y en particular de las áreas vitivinícolas y de las denominaciones de origen, designadas por nombres geográficos o no, que les son asociados, en la medida en que no cuestionan los acuerdos internacionales en materia de comercio y propiedad intelectual, la mejora de los criterios científicos y técnicos de reconocimiento y protección de las obtenciones vegetales vitivinícolas;
- contribuir a la armonización y la adaptación de la normativa por sus miembros o, si es necesario, facilitar el reconocimiento mutuo en lo que respecta a las prácticas que entran en el ámbito de sus competencias;
- participar en la protección de la salud de los consumidores y contribuir a la seguridad sanitaria de los alimentos a través de la vigilancia científica especializada, que permite evaluar las características propias de los productos derivados de la vid, promoviendo y orientando las investigaciones sobre las características nutricionales y sanitarias apropiadas, y difundiendo la información resultante de esas investigaciones a los profesionales de la medicina y la salud.
El consenso es el procedimiento normal de toma de decisiones de la Asamblea General para la adopción de las propuestas de resoluciones de carácter general, científico, técnico, económico y jurídico, así como para la creación o supresión de Comisiones y Subcomisiones. También se aplica al Comité Ejecutivo en el ejercicio de sus atribuciones en este campo.
La estructura orgánica para la toma de decisiones se mantuvo prácticamente igual: Asamblea General, Comité Ejecutivo, Mesa Ejecutiva. La estructura de votación se modificó para garantizar una distribución objetiva de los votos ponderados, que ya no quedaban a la libre elección de los Estados miembros en función de sus contribuciones. Se estableció que cada país dispusiera de dos votos de base, más un número de votos adicionales calculados en función de criterios objetivos que determinan la posición relativa de cada país en el sector vitivinícola mundial (producción, superficie, consumo).
Además, el Acuerdo preveía la posibilidad de que las organizaciones internacionales intergubernamentales participaran en los trabajos de la OIV, como una manera de garantizar el criterio de reciprocidad previsto en la figura de los observadores.
Por último, se dispuso que el francés, el inglés y el español fueran los idiomas oficiales, a los que se añadieron el italiano y el alemán, lo que, de conformidad con el Acuerdo, permitiría a los órganos constitutivos de la OIV funcionar de manera abierta y transparente.
No obstante, al igual que en 1924, la nueva Organización debería esperar hasta que los Estados ratificaran el nuevo Acuerdo para poder llevar a la práctica este nuevo mandato.
El 23 de diciembre de 2003, el Parlamento francés aprobó el Acuerdo del 3 de abril de 2001 por el que se creaba la Organización Internacional de la Viña y el Vino. Así, nació el 31.º instrumento que permitió la entrada en vigor de este Acuerdo Internacional el 1 de enero de 2004. En ese momento, el Sr. Dutruc-Rosset cedía el mando al italiano Federico Castellucci, que fue el primer director general no francés de “la Oficina”, confirmado al frente de “la Organización” el 17 de marzo de 2004.
Gracias a este Acuerdo, se impulsó una nueva dinámica en el sector vitivinícola mundial mediante la puesta en marcha de una organización intergubernamental específica y moderna, cuyos procedimientos de funcionamiento la convirtieron en un foro internacional de intercambio de puntos de vista y conciliación de posturas, que abre paso a la adopción de resoluciones o recomendaciones científicas y técnicas en el ámbito de la vid, el vino, las bebidas a base de vino, las uvas de mesa, las pasas y otros productos derivados de la vid, lo que contribuye a la armonización internacional de las prácticas y reglamentaciones indispensables para el desarrollo del comercio internacional y el bienestar de los productores, los distribuidores y los consumidores.
Con este impulso, bajo la presidencia del Prof. Dr. Reiner Wittkowski, de Alemania (mandato 2003-2006), se aplicaron nuevas normas de funcionamiento, con la adopción de un nuevo Reglamento Interno y, sobre todo, la redacción del primer Plan Estratégico de la Organización Internacional de la Viña y el Vino. Así, se dotó a la OIV de una visión: ser la organización científica y técnica mundial de referencia para el sector de la vid y el vino. Y, además, se ratificó su misión:
De conformidad con lo dispuesto en el Artículo 2.2 del Acuerdo del 3 de abril de 2001, para hacer realidad su visión, la OIV debe favorecer un ambiente propicio a la innovación científica y técnica, a la divulgación de sus resultados y al desarrollo del sector vitivinícola a escala internacional. Además, promueve, mediante recomendaciones, normas y pautas internacionales, la armonización y el reparto de los datos y conocimientos válidos según bases científicas fidedignas a fin de mejorar la productividad, la seguridad y la calidad de los productos y las condiciones de elaboración y comercialización de los productos vitivinícolas.
En este inicio del siglo XXI, con las presidencias sucesivas de Peter Hayes (Australia, 2006-2009), Yves Bénard (Francia, 2009-2012), Claudia Quini (Argentina, 2012-2015), Monika Christmann (Alemania, 2015-2018), Regina Vanderlinde (Brasil, 2018-2021) y Luigi Moio (Italia, 2021-2024), y la dirección de Jean-Marie Aurand (Francia, 2014-2018), Pau Roca (España, 2019-2023), John Barker (Nueva Zelanda, desde 2024) y sus cincuenta Estados miembros, la OIV es la organización de referencia del sector vitivinícola, que se dedica a trabajar en todas las cuestiones que condicionarán el futuro de este sector.
Frente a los grandes desafíos que plantean la evolución del clima, la sociedad y las tecnologías digitales, la OIV ha mejorado no solo sus capacidades humanas, con la contratación de un secretariado internacional cualificado, sino también su capacidad funcional, con el traslado de su sede a un emplazamiento optimizado y el desarrollo de nuevas herramientas de comunicación para facilitar los intercambios entre la comunidad científica de sus cincuenta Estados miembros.